viernes, 14 de diciembre de 2012


Eran dos. De eso estoy segura. Eran dos, distintos, de mundos completamente separados por barreras que ellos nunca podrían amover. Dos queriéndose. Más de lo que deberían, más de lo que podrían. Dos desarmándose cuando se ven y todo lo que los hace distintos y lejanos, deja de importar, cuando esas cosas los atraen, como a dos imanes, desesperados por encajar en el rompecabezas, en este mundo que tanto dispersa. Se encontraron. Se vieron y no hubo marcha atrás. Sabían que aquello que los unía era también esa maldición con la que cargarían toda sus vidas. Se entregaron, uno al otro, se derritieron entre manos, y caricias que ninguno de los dos olvidaría. Oh, ya lo creo, hay recuerdos que uno nunca podría olvidar, así como también historias que por más increíblemente relatadas que sean, podrían volverse inentendibles. Esta es una de esas historias. Ellos no tenían nada que los juntara, más que lo que sentían. Nadie creía en ese amor, decían que eran demasiado jóvenes, demasiado ilusos. Y si bien, el que decir le ganó al amor, y la fantasía no se cumplió, ellos siempre se amarán y eso nadie se los podrá quitar.

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Maira Gall