martes, 28 de agosto de 2012


Podría decir que no recuerdo sus gestos ni sus formas. Tampoco su manera de reír, ni su sentido del humor. Podría fingir que he olvidado el modo en el que hablaba cuando estaba nervioso, y la dulzura de sus manos, incluso que apenas recuerdo su tacto y su olor. Podría acompañar mis palabras con una sonrisa sincera, y hablar del rumbo que tomó mi vida más tarde sin que tú apreciaras en mi expresión un solo gesto de falsedad. Pero, ¿sabes? mentirte sería mentirme, y mentirse a uno mismo es una vieja forma de intentar ocultar nuestro orgullo herido.
No sé bien que motivo me ha llevado a escribir estas líneas. Puede que con ellas intente deshacerme de la obligación de plasmar en un papel, la historia de un milagro que tuve la suerte de vivir. Una maravilla que tenía rostro y voz, cuyo recuerdo me acompaña día a día.
Nunca podré afirmar que él fuese perfecto bajo todas las miradas, pero si algo tengo claro sobre él, es que era capaz de romper cualquier esquema. Incluso los míos. Tan fuerte que me veía yo, y ahora dependo de un simple mortal.

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Maira Gall