Alguien decidió no quererte. Fue alguien a quien ni conozco ni seguramente conoceré. Fue alguien que de tanto en tanto aún se asoma por tu mirada, cuando te me pones triste, cuando te me quedas mal. Fue alguien que no supo, no quiso o no sé. El caso es que ese alguien decidió no quererte y gracias a eso aquí estás. Mía. Miísima. Para mí.
Alguien decidió no quererte. O quererte poco. O quererte mal. Ahora ya da lo mismo, ahora ya da igual. Son de esas cosas de ti que ni conozco ni jamás conoceré del todo. Porque no debo. Porque no me pertenecen. Porque sólo te pertenecen a ti y a tu pasado y al recuerdo que decidas compartir, a la parte de ti que quieras sanar conmigo. Son de esas cosas que me muero por escuchar hasta que las escucho de verdad. Son de esas cosas que te han hecho ser así. Tan adorable. Tan tuya. Tuyísima. Para ti.
Alguien decidió no cuidarte. Te hizo daño, os hicisteis daño. Lo sé. No hace falta que me lo cuentes. Porque lo sé. Y lamento mucho que así fuese. Pero también me alegro. Primero, porque te hizo crecer, te hizo aprender a despedirte. Segundo, porque cuanto más te alejabas de ese alguien, sin saberlo nadie, más te acercabas a mí. Y por último, porque para querer mucho y quererse bien, hay que saber muy bien antes lo que no se quiere. Así que déjame mostrar mi más profunda gratitud hacia todos esos alguien. Porque jamás les estaré suficientemente agradecido. Sí, jamás.
Yo he decidido quererte. Quererte mucho. Quererte bien. O al menos, aprender a hacerlo. Día a día. Paso a paso. Polvo a polvo. Pelea a pelea. Reconciliación a reconciliación. Querer de verdad es pensar en beneficio del otro antes que en el propio. Querer de verdad es discutir sólo por problemas nuevos, no volver sobre lo ya discutido, zanjar los temas no sólo con soluciones sino con aprendizajes, compromisos y comportamientos. Querer de verdad es decir te amo antes que te quiero. Es vivir en usufructo pero sin ninguna hipoteca. Es encerrarse por fuera. Es echar raíces en libertad.
Pero también querer de verdad es ser cada vez más consciente de que no te merezco. Pensar que en cualquier momento, en cuanto sepas cómo soy realmente, me vas a dejar. Despertarme por la noche varias veces sólo para comprobar que sigues aquí, que no ha sido todo un sueño. Otro más. Mirarte cada día como te miré la primera vez, esa primera vez. Preguntarte todos los días si quieres casarte conmigo. Y antes de que se ponga el sol volvértelo a preguntar. Varias veces. Que me mires como diciendo bueno ya está. Que te mire como diciendo es que no me lo creo. Dime que todo esto es una broma pesada y lo entenderé. Que te vuelves al Olimpo del que jamás debiste bajar. Que me dejas aquí soñando despierto, porque ahora sé que existes, que eres real. Que en realidad es todo parte de una apuesta, que ya has la has ganado, y aún así te pediré que vuelvas a apostar.
No, no estoy diciendo que seas perfecta. Ni mucho menos. Eso sinceramente me la sopla. Me da igual. Hace mucho tiempo que descubrí que la gente perfecta -aparte de mentirosa- es la que tiene más peligro, porque es la única que nunca está dispuesta a cambiar. Estoy diciendo que alguien decidió no quererte y aún no me creo que de esa manera tan tonta te dejara escapar. Que se pensara que si no era contigo, podía ser con cualquier otra. Como si el mundo estuviese lleno de gente como tú. Como si hubiese cualquier otra que te pudiese hacer sombra. Perdona que me ría. Ja.
Risto Mejide
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