martes, 25 de diciembre de 2012


Recuerdo nuestra última charla, al teléfono. Es como si hubiera podido grabarla en el contestador. O peor, en mi cabeza, una cinta imposible de borrar. Recuerdo haber atendido. Dije hola tragando saliva porque sin escuchar tu voz, ya me sentía nerviosa, las mariposas en mi estomago hacían que perdiese la razón. Tu voz no sonaba como solía, no como esa vez cuando te diste cuenta que lloraba del otro lado, no como cuando me pediste que no lo disimulara, que podías sentir un dejo de tristeza en mi habla. Te lleve la contra, suelo hacer eso para no admitir que me duelen ciertas cosas de la vida. Me preguntaste como estaba y me volviste al presente, yo no sabía que decirte, sabía que mentirte no funcionaría, no funcionó aquella vez aunque ahogué profesionalmente mi llanto. Estoy bien, me limité a decirte eso, y a preguntar sobre vos. Se que esto no lo sabes, pero lo escribiré para no olvidarlo. Recuerdo haberme acostado en el suelo de mi habitación, mirando al techo, e imaginaba que estabas a mi lado, contándome un poco de tu vida, echado, los dos, mirando el cielo. Y entonces, me dijiste que estabas saliendo con una chica, y lo que era ilusión se volvió una alucinación  se esfumó. Cerré los ojos fuerte, y lloré en silencio, lo contuve otra vez, y esa vez, a diferencia de la anterior, no la notaste. Fue como un click en mi cerebro, y no necesitaste decírmelo  pero supe (lo sentí) que esa, esa sería nuestra última conversación por teléfono.

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Maira Gall